miércoles, 16 de febrero de 2011

1. Del “alivio de la pobreza” al desarrollo

Aunque nuestros países siguen siendo llamados “países en (vías de) desarrollo”, el desarrollo quedó atrás como paradigma y ha sido sustituido por el “alivio de la pobreza” como meta para el Sur en los próximos años. De la idea de progreso hemos pasado a la de la contención de la catástrofe y reparación de los daños. En este marco, la educación ha pasado de ser un componente fundamental del desarrollo y empoderamiento personal y social a ser vista como una “estrategia para aliviar la pobreza”.

El empobrecimiento de los objetivos del desarrollo se refleja también en el campo de la educación. Los dos objetivos educativos incluidos en los Objetivos de Desarrollo del Milenio (universalizar la educación primaria y promover la igualdad de géneros en la educación) son mucho más restringidos que la iniciativa Educación para Todos, lanzada en Jomtien (1990) y Dakar (2000) por las mismas agencias internacionales (Naciones Unidas y Banco Mundial). No sólo se han reducido las metas desde una educación básica para todos a cuatro años de escolaridad, sino que también están ausentes hoy de la agenda metas importantes como son la reducción del analfabetismo, la educación de la primera infancia o la calidad de los aprendizajes. De esta forma, hemos pasado de la educación básica a la educación escolar y de la escolar a la primaria; de necesidades básicas de aprendizaje a necesidades mínimas de aprendizaje; de la educación básica como piso para aprendizajes posteriores a la educación básica como techo.

Todos estos “encogimientos” revelan que se dejó de pensar en el desarrollo y en la educación como herramienta fundamental para su logro. Se ha renunciado a la educación como instrumento de cambio social. Por otra parte, no hay desarrollo ni democracia posible si persiste la desigualdad económica y social. Según los resultados escolares de pruebas internacionales como el TIMSS o PISA, hay una
correlación directa entre desigualdad socio-económica y desigualdad educativa no sólo a nivel de cada familia, sino de todo el país. Es decir, un contexto nacional igualitario y un alto índice de desarrollo humano inciden sobre el rendimiento escolar y los aprendizajes a todos los niveles. En países con altos niveles de desigualdad social sólo pueden construirse “islas de calidad” en medio
de la pobreza.

Retomar la vía del desarrollo implica no sólo lidiar con la extrema pobreza, sino con la extrema riqueza. Esto requiere penetrar en las razones y las estructuras profundas que naturalizan y justifican su coexistencia. Las políticas compensatorias o de “discriminación positiva” no resuelven los problemas de fondo, apenas lidian con sus manifestaciones.

La mayor fortaleza y potencial de la Agenda del Milenio es que tiene un carácter multisectorial, donde los objetivos están configurados como un todo indivisible que no admite soluciones parciales. El desafío es aprovechar esta agenda y adaptar sus objetivos y metas a las especificidades de cada región y luchar por una agenda educativa más amplia, resituando a la educación como eje del desarrollo humano.

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